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UN MUNDO SIN COLORES (1ª parte)


 Imagen de www.123rf.com



“De la noche a la mañana, los colores ya no existían” Frase para El Cuentacuentos.



De la noche a la mañana, los colores ya no existían. Pareja a esa carencia de tonos, las lluvias se hicieron más y más infrecuentes (lo inquietante es que nadie presintió un suceso de tal relevancia), la inseguridad creció por las calles y el temor y la tristeza camparon a sus anchas. Los prejuicios fueron en aumento y nadie se fiaba de nadie: los billetes eran difícilmente identificables a pesar de los sofisticados lectores con que contaban los comercios. Las mafias se convirtieron en verdaderos depredadores que buscaban, entre los mentirosos más hábiles: matones, estafadores o asesinos con que atemorizar a sus víctimas e incorporarlos en sus filas.

No faltaron tampoco los oportunistas que vieron en la ausencia de colores un buen negocio, y que se dedicaban a vender con más o menos éxito, supuestos productos milagro que decían devolver al mundo sus matices.

La melancolía se palpaba en cualquier calle o casa y era como una prenda más que cada cual llevaba durante las cuatro estaciones del año, pegada a su cuerpo. Cada vez eran más frecuentes las enfermedades asociadas al stress o a la depresión. Niños y mayores perdieron sus sonrisas bajo la fría mano de la niebla que cubría todo de blanco y negro. Los vecinos que antes se miraban con respeto o incluso con camaradería en el rellano de la escalera o en el ascensor, ahora lo hacían con trémulos ojos esquivos que viajaban de lado a lado en el interior de sus cuencas, temerosos de ser atrapados en alguna de las muchas mentiras que soltaban por no perder sus vidas (pronto la mentira fue tan común, que salía por instinto incluso de las bocas de los más pequeños).

Las autoridades no pudieron evitar que la opinión pública hiciera sus propias suposiciones sobre la repentina desaparición de los azules, rojos, amarillos… Y una de las teorías que cobraba más fuerza era la de que se trataba de algún tipo de arma química. Algunas multinacionales contrataron agentes que se camuflaron entre la población difundiendo el rumor de que se trataba de un vertido tóxico que viajaba por el agua y el aire. Las pequeñas fábricas familiares fueron las primeras cabezas de turco que cayeron en aquella trama y cientos de familias se vieron obligadas a abandonar sus casas y a mendigar.

Las ciudades se fueron despoblando y paulatinamente la gente regresó al campo: allí, sus vidas fluían a otro ritmo y las relaciones entre vecinos eran francas y cordiales. Era fácil acostumbrarse a aquello y olvidar por completo el mal que les aquejaba en la ciudad. Ciertamente los colores seguían sin verse por ningún sitio, pero la ilusión se notaba de nuevo en los ojos de todos, y las carcajadas brotaban puras desde las gargantas de cualquiera. Los niños crecían felices, sin pesadillas, ni miedos que empañasen sus horas y todos se fueron acostumbrando casi sin darse cuenta, a la ausencia de colores. Allí no había vallas publicitarias que reclamasen su atención, ni absurdos objetos “cotidianos” que absorbiesen su tiempo en nimiedades. En el campo sólo tenía importancia lo que de verdad resultaba valioso.

Una tarde de verano y de manera espontánea, un grupo de niños llegados hacía un par de años desde una de las ciudades cercanas, se alejó por las pistas y caminos del pequeño pueblo en que vivían, con la intención de explorar el monte y el bosque que rodeaba la pequeña aldea. Tras varios kilómetros entre árboles, tierra, matojos y piedras la bici de uno de ellos tropezó con una rama semienterrada y él cayó al suelo. Bajo sus pies lo que parecía un animalillo se revolvía inquieto. Al levantarse descubrieron un pequeño hombrecillo con un gracioso sombrero sobre su cabeza. Sus afiladas orejas les indicaron que se trataba de un duende. La sorpresa y la emoción les impedían articular palabra y se miraban de hito en hito los unos a los otros, totalmente desconcertados por el encuentro.

— ¿Qué miráis, niños tontos? ¿Acaso no habéis visto nunca un duende?— preguntó con su vocecilla chillona — No, claro que no… ¡Qué bobadas digo! Sois esos niños que huisteis de la ciudad asustados, porque no había colores en vuestras casas, ni en vuestros coches, ni en vuestras ropas…
— ¿Có, cómo sabes tú eso? — se atrevió a decir uno.
— Pues por lo que veo además de tontos, sois ciegos y sordos… ¡Te he dicho que soy un duende! Los duendes sabemos esas cosas.
— Oiga, señor, siento haberle aplastado — dijo el niño cuya bicicleta le había derribado— , pero no debería insultarnos.
— Mira, chico, digo lo que me parece y si no ¿para qué habéis venido hasta aquí? ¿Nadie os ha contado que esto es terreno de duendes y la entrada está prohibida a los humanos? ¡No me extraña que no veáis los colores y eso que nunca han desaparecido! Y pensar que la Reina Violeta creía que habíais aprendido ya la lección…
—¿De qué habla? ¿Quién es esa reina? Los colores desaparecieron, todo el mundo lo sabe, por un vertido químico — habló otro de los niños.
— Bueno, no voy a discutir con vosotros. Ya he perdido bastante tiempo. La reina me espera. ¡Alejaos de aquí cuanto antes y dejad de molestar!
—No, por favor, señor, no se vaya—pidió la más pequeña de los niños— yo quiero saber quién es esa reina. ¿Es guapa?, ¿tiene corona?, ¿es un hada?
— No, no es un hada y sí es muy hermosa. Precisamente tengo que reunirme con ella y a donde voy vosotros no podéis venir. Conque dejadme en paz ya… ¡Id a jugar a otro sitio!

Sin más preámbulos el hombrecillo desapareció tras una pequeña nube de humo gris que les hizo toser.



(Continuará)

Comentarios

  1. La frase será mía, pero en mala hora la envié... De la idea original no queda nada y poco a poco la historia se ha ido liando tanto que necesitará al menos otra entrega más para salir del entuerto. ¡Qué desastre!

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  2. Pues no sé hasta que punto te has liado, pero a mí me tienes que sacar de este entuerto... Te espero Sechat.

    Besos.

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  3. Por cierto, el campo sin colores, como que peor que la ciudad, que al fin y al cabo suele ser más gris.

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  4. :O me encantó!

    (aunque también te digo que el listón está bastante alto para la segunda parte)

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  5. Sechat, no te has liado. Nos has liado a todos, que ahora estamos deseando conocer el desenlace de esta extraña, pero entretenidísima historia, en la que estás haciendo gala de una extraordinaria imaginación.
    Espero impaciente.
    Besos.

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  6. Nada de desastre! Me parece genial que algo igualmente tuyo como esa idea original surja inesperadamente mostrando una creatividad tuya que no cesa y que a buen seguro aun te volverá a sorprender y a nosotros regalarnos una segunda parte que ya esperamos :)

    Un abrazo!

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  7. Onminayas: es cierto. El campo sin color es como un jardín sin flores o algo peor un libro sin páginas. Un abrazo.

    Sara: Me intimidan tus palabras. No creo que esta primera parte sea tan buena como tú la juzgas, pero se te agradecen igualmente tus elogios. Un abrazo.

    Perikiyo: Extraña sin duda. En eso te doy la razón, por eso dije lo del entuerto. No obstante, esta noche en el duermevela diario se me han ocurrido unas cuantas ideas. Espero que la originalidad y la imaginación de la que dices que hago gala se mantengan hasta el final. Un abrazo.

    Carlos: espero de corazón que la creatividad no juegue al escondite en las siguientes entregas de esta historia ;) Un abrazo.

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